José Luis Sampedro en 25 frases.

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«Este mundo está traicionando a la vida.»

Con motivo del primer centenario del nacimiento del escritor y humanista José Luis Sampedro, nacido en Barcelona el 1 de febrero de 1917 y fallecido en 2013, recuperamos 25 de sus mejores frases.

1.- Desde la infancia nos enseñan; primero a creer lo que nos dicen las autoridades, los curas, los padres… Y luego a razonar sobre lo que hemos creído. La libertad de pensamiento es al revés, lo primero es razonar y luego creeremos lo que nos ha parecido bien de lo que razonamos.

2.- El día que se nace uno se empieza un poco a morir. Estamos acostumbrados a ver la muerte como algo negativo, y yo estoy tan cerca que no puedo dejar de pensar en este asunto, pero pienso con alegría vital. Lo que no nos enseñan es que el día que se nace se empieza uno a morir, y la muerte nos acompaña cada día.

3.- Siempre tengo un cuaderno abierto, donde anoto lo que voy pensando, pero no lo hago a diario. No todos los días suceden cosas dignas de ser anotadas. Si fuerzas esa tarea y la haces con cotidianidad, te expones a escribir textos que no son importantes.

4.- No me interesa la felicidad y no creo que dependa de mayor o menor inteligencia. Pero desde luego no exigir demasiado hace más fácil llevarse bien con uno mismo, que es mi sustituto de la felicidad.

5.- Porque es tocando fondo, aunque sea en la amargura y la degradación, donde uno llega a saber quién es, y donde entonces empieza a pisar firme.

6.- Estamos en un momento en el que se está hablando de muchos problemas. Pues el más grave hoy es el Ministerio de Educación. Con sus recortes e insensibilidad se priva a los niños menos favorecidos de oportunidades, de horas de estudio, de clases, de aulas y profesores de apoyo. Se está castrando la inteligencia de esos chicos cerrándoles las puertas para el futuro mientras se favorece la enseñanza religiosa con dinero laico.

7.- Hay dos tipos de economistas: los que trabajan para hacer más ricos a los ricos y los que trabajamos para hacer menos pobres a los pobres.

8.- Lo que más me ha impresionado de este siglo XX que finaliza es la estupidez y brutalidad humanas.

9.- Deberíamos vivir tantas veces como los árboles, que pasado un año malo echan nuevas hojas y vuelven a empezar.

10.- Siempre se puede, cuando se quiere.

11.- El tiempo es invencible porque él mismo se destruye a cada instante.

12.- La libertad es como una cometa. Vuela porque está atada.

13.- Somos naturaleza. Poner al dinero como bien supremo nos conduce a la catástrofe.

14.- ¿La gente está loca? No, la gente está manipulada.

15.- Yo no digo que lo pasado sea lo mejor. Digo que el capitalismo en su momento fue naciente, pero ahora es insostenible. La mejor definición de su decadencia la dio Bush. Dijo: «He suspendido las reglas del mercado para salvar al mercado». Es decir, el mercado es incompatible con sus propias reglas.

16.- Es asombroso que la Humanidad todavía no sepa vivir en paz, que palabras como ‘competitividad’ sean las que mandan frente a palabras como ‘convivencia’.

17.- Europa es como un jefe que nunca se pone al teléfono.

18.- El sistema ha organizado un casino para que ganen siempre los mismos.

19.- Nos educan para ser productores y consumidores, no para ser hombres libres.

20.- Uno escribe a base de ser un minero de si mismo.

21.- El tiempo no es oro; el tiempo es vida.

22.- Qué importa mi boca cerrada, ¡cuando piensas con el alma te oyen!

23.- La vida es una navegación difícil sin una buena brújula.

24.- El niño siempre anda buscando. Entonces, si no se siente buscado, por fuerza pensará que el mundo falla y le rechaza.

25.- La vida es un arder y el que no arde no vive.

— José Luis Sampedro

Arroz y Tartana – Vicente Blasco Ibáñez.

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«Tenemos dos fuerzas que nos ayudan a vivir: el olvido y la esperanza.»

El poeta sufría como uno de los condenados de aquel poema de Dante, cuya lectura nunca había podido terminar. Gracias a que era un «vate aplaudido» en la Juventud Católica y tenía ideas muy cristianas; que si no, a la vista de tamaña traición hubiera sido capaz de ahogar su dolor cometiendo la más atroz barrabasada, por ejemplo, dando un adiós patético a la ingrata, y arrojándose después de cabeza en aquel caldero de aceite hirviendo donde volteaban los buñuelos.

Pero no se mataría; ante todo, las creencias y el ser poeta. La muerte frita no figura entre los suicidios de los hombres de genio. Pero si no se mataba, sabría vengarse; él era un hombre, y cuando bajase aquel teniente ya le exigiría cuentas. Le mataría, sí señor, le mataría; y después, ¡qué escena tan trágica! el teniente a sus pies, atravesado de una estocada; Amparito, desmelenada, sollozante, increpando al cielo; y él erguido como gigantesco fantasma, el ensangrentado acero en la mano, y en el rostro una sonrisa desesperada, infernal, loca; algo que recordase el último acto del Don Álvaro. Y el pobre muchacho apretaba con mano crispada su junquillo, que para su imaginación era «toledano acero», y pensaba desordenadamente en Lope de Vega, Quevedo, Cervantes y Lord Byron; en todos los grandes hombres que, según frase de Andresito, habían tenido malas pulgas, y lo mismo escribían que daban una estocada.

¡Bailad tranquilos, granujas alegres e insolentes; mirad la falla, burgueses bondadosos; reíd como gallinas cacareadoras, mujercillas que celebráis las contorsiones de los monigotes! Todos ignoráis que el volcán ruge a pocos pasos de vosotros; no sabéis que hay un hombre que prepara la más horrible de las tragedias; y mañana, cuando salga en los periódicos la extensa relación de lo ocurrido, no podréis imaginaros que la fiera en figura humana que mató al rival, a la novia y hasta a la mamá, si es que se decide a bajar, era el joven «dulce y simpático» que, pálido como un muerto, estaba hecho un poste cerca del cafetín.

Sí; mataría y moriría después; estaba decidido. Y miró al balcón, procurando dar a sus ojos la más insolente expresión de reto; pero se fijó con insistencia en el teniente. Tenía buenas espaldas, su cabeza morena no era de víctima, le colgaba del talle un espadín y además, según informes de Andresito, tenía entre sus amigotes fama de bruto.

Él no tenía miedo, ¡vive Dios! ¿qué había de tener? Pero bien mirado, era una vulgaridad, un detalle de mal gusto, el enredarse a golpes en medio de la calle con un majadero sin otra sociedad que la de las muías de su batería. No señor; su belicoso plan quedaba desechado. ¿Qué dirían en la Juventud Católica? Un autor que había provocado delirios de entusiasmo con aquella oda dulcísima a la Virgen:

Señora, tú que sabes
el secreto del canto de las aves….

De «Arroz y Tartana » (1894)

Los santos inocentes – Miguel Delibes.

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«Al palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales.»

«(…) el señorito Iván intentaba ganarse al Quirce, insuflarle un poquito de entusiasmo, pero el muchacho, sí, no, puede, a lo mejor, mire, cada vez más lejano y renuente, y el señorito Iván iba cargándose como de electricidad, y así que concluyó el cacerio, en el amplio comedor de la Casa Grande, se desahogó,

los jóvenes, digo, Ministro, no saben ni lo que quieren, que en esta bendita paz que disfrutamos les ha resultado todo demasiado fácil, una guerra les daba yo, tú me dirás, que nunca han vivido como viven hoy, que a nadie le faltan cinco duros en el bolsillo, que es lo que yo pienso, que el tener les hace orgullosos, que ¿qué diréis que me hizo el muchacho de Paco esta tarde?,

y el Ministro le miraba con el rabillo del ojo, mientras devoraba con apetito el solomillo y se pasaba cuidadosamente la servilleta blanca por los labios,

tú dirás,

y el señorito Iván,

muy sencillo, al acabar el cacerio, le largo un billete de cien, veinte duritos, ¿no?, y él, deje, no se moleste, que no, te tomas unas copas, hombre, y él, gracias, le he dicho que no, bueno, pues no hubo manera, ¿qué te parece?, que yo recuerdo antes, bueno, hace cuatro días, su mismo padre, Paco, digo, gracias, señorito Iván, o por muchas veces, señorito Iván, otro respeto, que se diría que hoy a los jóvenes les molesta aceptar una jerarquía, pero es lo que yo digo, Ministro, que a lo mejor estoy equivocado, pero el que más y el que menos todos tenemos que acatar una jerarquía, unos debajo y otros arriba, es ley de vida, ¿no?

y la concurrencia quedó unos minutos en suspenso, mientras el Ministro asentía y masticaba, sin poder hablar, y, una vez que tragó el bocado, se pasó delicadamente la servilleta blanca por los labios y sentenció,

la crisis de autoridad afecta ya a todos los niveles.»

De «Los santos inocentes» (1981)

El Dios Bueno y el Dios Malo – Khalil Gibran.

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«Hacer amistad con el ignorante es tan tonto como discutir con el borracho.»
El Dios Bueno y el Dios Malo.

El Dios Bueno y el Dios Malo se entrevistaron en la cima de la montaña.

– Buenos días, hermano -dijo el Dios Bueno. El Dios Malo no contestó el saludo.

El Dios Bueno prosiguió:

– Estás hoy de mal humor.

– Sí -dijo el Dios Malo-, porque últimamente me confunden contigo, me llaman por tu nombre y me tratan como si fuera tú, y esto me desagrada mucho.

– Pues has de saber que también a mi me han llamado por tu nombre -dijo el Dios Bueno.

Al oir esto, el Dios Malo siguió su camino, y se fue maldiciendo la estupidez de los hombres.

Extraído de «El loco» (1918) de Khalil Gibran.

Día de Reyes – Benito Pérez Galdós.

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«¿No es triste considerar que sólo la desgracia hace a los hombres hermanos?»

6, día de los Santos Reyes.- ¡Oh, qué visión divina me trajeron los Magos de Oriente!… Pasó el tiempo en que mi buena madre dejaba en el balcón mi zapato para que Gaspar, Melchor y el negro Baltasar me pusieran en él soldados o cañoncitos, que colmaban mis inocentes ambiciones. Anoche, sin aventurar zapato ni chinela, los Reyes fueron para mí más que nunca propicios y dadivosos, porque apenas abrí hoy la ventana por donde suelo contemplar la huerta de esta casa y la de la casa medianera, separadas por vieja tapia, vi una figura, imagen, persona, que al pronto me pareció ángel, después mujer. Verla y pensar que había encontrado mi novia definitiva, el ideal de amor, fueron dos facetas de un solo momento, iluminadas por un solo relámpago… Cuando absorto clavé mis ojos en la hermosa visión, esta me miró a mí… Pasado un segundo, dos quizás, la imagen se desvaneció tras de un ciprés… Esperé un rato; no la vi más. Yo miraba al ciprés y le decía: «ciprés amigo, apártate un poco; déjame ver si…»

De «España trágica» (1908)  – Quinta Serie de los Episodios Nacionales.

Sin noticias de Gurb – Eduardo Mendoza.

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«Un problema deja de serlo si no tiene solución»

«Según parece, los seres humanos se dividen, entre otras categorías, entre ricos y pobres. Es ésta una división a la que ellos conceden gran importancia, sin que se sepa por qué. La diferencia fundamental entre los ricos y los pobres, parece ser ésta: que los ricos, allí donde van, no pagan, por más que adquieran o consuman lo que se les antoje. Los pobres, en cambio, pagan hasta por sudar. La exención de que gozan los ricos puede venirles de antiguo o haber sido obtenida recientemente, o ser transitoria, o ser fingida; en resumidas cuentas, lo mismo da. Desde el punto de vista estadístico, parece demostrado que los ricos viven más y mejor que los pobres, que son más altos, más sanos y más guapos, que se divierten más, viajan a lugares más exóticos, reciben mejor educación, trabajan menos, se rodean de mayores comodidades, tienen más ropa, sobre todo de entretiempo, son mejor atendidos en la enfermedad, son enterrados con más boato y son recordados por más tiempo. También tienen más probabilidades de salir retratados en periódicos, revistas y almanaques.»

— Eduardo Mendoza.

De «Sin noticias de Gurb» (1991)