¡No estáis locos! – Ken Kesey.

Alguien volo
A ver qué recibimiento me hacéis, atajo de deficientes mentales. R.P. McMurphy en la película «Alguien voló sobre el nido del cuco» (Milos Forman, 1975)

A veces me llevan con los Agudos y otras no. Un día me llevan con ellos a la biblioteca y me dirijo a la sección de libros técnicos y me quedo mirando los títulos de los manuales de electrónica, textos que conozco de cuando fui al Instituto; recuerdo que las páginas de los libros están llenas de diagramas, ecuaciones y teorías: cosas rígidas, infalibles, seguras.

Quiero mirar uno de esos libros, pero me da miedo hacerlo. Me asusta hacer cualquier cosa. Siento como si flotase a media altura en el polvoriento aire amarillo de la biblioteca. Las filas de libros se balancean sobre mi cabeza, enloquecidas, zigzagueantes, forman infinidad de ángulos distintos entre sí. Un estante se ladea un poco hacia la izquierda, el otro hacia la derecha. Uno se inclina sobre mi cabeza y no comprendo cómo no se caen los libros. Y en esta posición se extiende muy, muy arriba, hasta perderse de vista; por todas partes me rodean desvencijadas filas de libros apuntaladas con listones y tarugos para que no se caigan, sostenidas por largas varas, apoyadas contra escaleras. Si cogiese un libro, sabe Dios qué terrible desastre podría desencadenar.

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Algunas veces me había pasado hasta dos semanas deambulando aturdido después de un tratamiento de shock, sumergido en esa bruma borrosa, confusa, que tanto se parece al final deshilvanado del sueño, esa zona grisácea entre la luz y la oscuridad, o entre el dormir y el caminar o el vivir o el morir, cuando sabemos que ya no estamos inconscientes pero aún no logramos discernir qué día es ni quiénes somos ni de qué sirve volver a todo eso… dos semanas así. Si uno no tiene un motivo que le impulse a despertarse puede pasarse largo tiempo vagabundeando por esa zona gris, pero descubrí, que si de verdad se desea, es posible salir inmediatamente de ella con un esfuerzo. En esta ocasión luché y conseguí salir en menos de un día, menos que nunca.

Y cuando por fin se disipó la niebla en mi cabeza, me produjo la misma impresión que si acabara de emerger de una larga, profunda zambullida, como si hubiera rasgado la superficie del agua después de permanecer sumergido durante un siglo. Fue el último tratamiento que me aplicaron.

A McMurphy le aplicaron tres electroshocks más esa semana. En cuanto comenzaba a emerger de uno, en cuanto recuperaba su guiño, aparecía la señorita Ratched con el doctor y le preguntaban si estaba dispuesto a mostrarse sensato, enfrentarse con su problema y regresar a la galería para un tratamiento. Y él se hinchaba, consciente de que todos los rostros de la galería de Perturbados estaban pendientes de sus palabras, y esperaba, y le decía a la enfermera que lamentaba no tener más que una vida que ofrecer a su país y que ni besándole el culo conseguiría hacerle abandonar el maldito buque. ¡Noo!

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—Maldita sea, Harding, no me refería a eso. No estás loco en ese sentido. Quería decir… diablos, me ha sorprendido comprobar lo cuerdos que estáis todos. A mi entender, no estáis más locos que cualquiera de los necios que corren por las calles…

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—Decidme, por qué. Os peleáis, pasáis semanas enteras comentando cuán intolerable resulta todo esto, que no podéis soportar a la enfermera ni nada de lo que hace, ¡y no estáis internados! Lo comprendo en el caso de algunos tipos de la galería. Están locos. Pero vosotros, tal vez no seáis exactamente tipos corrientes, pero no estáis locos.

— Ken Kesey

De Alguien voló sobre el nido del cuco (One flew over the cuckoo’s nest, 1962). Traducción de Mireia Botill. Anagrama (*).